martes, 20 de octubre de 2015

Malosetti y Goldman, como en el living de casa

Por Ana Na

En su cumpleaños número 19, el dúo ofreció un concierto íntimo en Casa Vicente, el que destacó el bajo perfil de los músicos, un sello propio.

La previa
  La red social de Facebook anunció que sería el 19º cumpleaños del Dúo Malosetti Goldman y para la ocasión se haría un concierto en Casa Vicente, con reservas por mail para poder asistir.
  Raúl Malosetti había sido mi profesor de guitarra en una época muy especial para mí. Fue mi terapia acudir a sus clases, su música me liberaba de malos pensamientos y me divertía mucho participar en un grupo de música. Si bien había participado de cumpleaños anteriores y otros recitales no resistí la tentación de volver a verlos.
  Hice las reservas casi con un mes de anticipación, iría con un amigo que también era fanático del Dúo.
  Después de una larga espera de días por fin llegó el sábado 8 de agosto. Me encontré con mi amigo y fuimos a la calle Enrique Martínez, en Colegiales.
  El día fue medio lluvioso e inestable, mucha humedad en Buenos Aires, esa llovizna que molesta y no moja.
  Llegamos al lugar casi media hora antes, ansiosos de llegar a tiempo. La casa no decía nada, era una casa particular sin carteles ni anuncios y al escuchar el sonido del charango nos dimos cuenta de que ése era el lugar. La puerta de madera de la antigua casa no tenía timbre, sólo un llamador que golpeaba la puerta con el impulso de la mano. “Toc…toc…”. Un joven me atendió y dijo si podíamos esperar en la vereda ya que estaban terminando los arreglos del lugar.
  No había nadie aún, pero de a poco se fue convocando la gente en el lugar y de pronto salió de un auto una mujer joven que se dirigía a mí. No la reconocí. Al principio pensé que acudía a nosotros para preguntar algo. Era Fabiana, una vieja amiga que también estaba conmigo en el grupo de guitarra. ¡Qué abrazo tan fuerte nos dimos! Hacía más de dos años que no la veía y también venía al evento junto a su marido.
  Nos abrieron la puerta y ya éramos más de una decena de personas, que no me parecía mucho.
  Santiago, quien se comunicaba conmigo por mail para las reservas, fue quien nos atendió y muy gentilmente nos hizo pasar a la casa ofreciéndonos una ubicación y si deseábamos comer o tomar algo.
Nos ubicamos en unos asientos de piedra con almohadones pegados a la pared. Había muchas sillas rústicas y más almohadones por el piso. Un living. Cálido decorado con instrumentos en las bibliotecas, guitarras colgadas en la pared, bombos, tamborines y otros instrumentos diferentes tipos por todos lados.
  Una puerta comunicaba con un hermoso patio lleno de plantas y allí estaba Raúl con su señora Claudia. Le tapé los ojos para que adivinara quién era. Después de varios intentos y nombres pronunció el mío. Nos abrazamos con mucho afecto y alegría al igual que con su señora. Nos contamos como estábamos tanto uno como el otro y la gente fue llegando a saludarlo, por eso me aparté.
  Fuimos a la cocina donde servían bebidas y sánguches calientes tipo gourmet, nos atendieron y en el patio estuvimos hasta que la gente comenzó a acomodarse para el show.
  Qué sorpresa, cada vez más gente en la casa. El living estaba completo y hasta nos ocuparon nuestros asientos, que por supuesto nos devolvieron. Gente joven, mediana y adulta; hasta niños había. Me pareció increíble cómo se colmó la casa.
  El espacio de Casa Vicente se llamaba “Música en el Living”.
Una vez todos sentados, Santiago tomó el micrófono, nos dio la bienvenida y anunció el comienzo del evento. Las luces se fueron apagando y quedó un clima de armonía con luz difusa detrás de los músicos.

El show

  Comenzaron a sonar las cuerdas de la guitarra y del charango, el silencio del público fue absoluto.
  Me transporté con la música como si hubiera estado en una nave que me llevaba muy alto al sinfín de las estrellas. Cada tema era una ovación.
  Surgían comentarios de Rolando Goldman, muy graciosos, acompañados por los de Raúl.
  Cada tema que interpretaban era anunciado por su título y una cierta explicación del porqué del título, algunas veces muy simpáticas. La interpretación me transmitía todos los estados de ánimo que lo relacionaban con su nombre.
  Me fundí en el espacio. Como sin sentir que el tiempo transcurría. Cada vez más me integraba a la música. Fue una sensación muy intensa.
Me hizo vibrar hasta la fibra más oculta como siempre que los escuché.
No puedo recordar cuantos temas ejecutaron pero para mí era como si recién comenzara el espectáculo.
  Anunciaron la última canción y no podía creer que ya había llegado el fin.
  Quedé sin aliento en algunas interpretaciones. La verdad que me sentí poseída.
  Tocaron el último tema y el público y yo pedimos más, todos de pie aplaudiendo el mejor de los conciertos.
  Volvieron a sentarse y nuevamente el sonido de las cuerdas acariciaba mis oídos.
  Fue tal la concentración que se olvidaron de que era el cumpleaños.
  En medio de risas cantamos todos juntos el “Feliz cumpleaños” que se canta en el norte, que nada tiene de relación con el tradicional canto que solemos cantar. Mucho más emotivo y gracioso y también participativo con el público.
  Llego la torta. Soplaron las velitas y pensaron en lugar de tres deseos uno y medio cada uno. Eran dos, el Dúo Malosetti Goldman, que por tantos escenarios del mundo y de la Argentina recorrieron manteniendo siempre el mismo bajo perfil.
  Hasta comentaron que su música fue elegida para fondo de varias películas documentales muy reconocidas.
  Merecido aplauso.
  Brindis con ellos.
  Comentarios alusivos y otros personales.

  Es como si hubieran hecho un show en familia en la sala del living.

Cosa de niños

Por Pamela Almirón

  Mis abuelos eran caseros de una fábrica. Un par de oficinas de esta fábrica tenía ventanas que daban al patio-terraza de mis abuelos. En una de esas oficinas se formaba un cementerio de colillas de cigarrillos, porque una mujer que trabajaba ahí, era una “chimenea”, como se suele llamar a la gente que fuma mucho. Tiraba los restos de los cigarros por las plantas, de acá para allá. No terminaba uno, que se prendía otro. Y eso lo sabía, no porque la hubiese visto, sino porque había suficiente evidencia como para determinar que los tiraba a mitad de su cometido: fundirse totalmente a pitadas.  
  Un día --yo tendría unos 5 ó 6 años-- visualicé a mi cigarrillo víctima, estaba ahí tirado.    La cocina daba al patio, así que entré sigilosamente, no quería que nadie me viera, miré de un lado a otro y agarré la caja de fósforos con rapidez. Como un asesino que agarra su bendito cuchillo. 
  Cigarrillo y caja de fósforos en mano me dirigí a una partecita no muy lejos del lugar.      Ansiosa prendí el cigarro, no me acuerdo de qué manera pero seguro que fue ridícula. Di mi primera pitada y resucité al cigarrillo. 
  Tragué el humo, no sé cómo y empecé a toser.
  Perfeccionista yo, no podía creer que eso era todo. 
No me gustó. Seguramente lo hice mal, una no puede toser así, así que intenté una vez más y no funcionó. A todo esto mi primo andaba por ahí, no me acuerdo en qué momento apareció. Tenía un año menos que yo, y le sugerí que le diera una pitada al cigarro. Creo que no lo hizo.  
  Pasó el tiempo, y una vez que estábamos teniendo un almuerzo familiar, mi primo contó lo que había hecho, acusándome con una risita burlona. “¿Te acordás cuando...?”.Yo le dije que se calle y negué todo, sonando lo más tranquila que pude. Me pareció que nadie le dio importancia, porque yo chiquita viva me reí y lo dejé como un nene fabulador.          Dicen que los niños siempre dicen la verdad. Y bueno… también la saben esconder.

Pobres angelitos

Por Ana Na

  Mis padres casi nunca me dejaban al cuidado de mis hermanos mayores. Pero un domingo de algún año de la década del sesenta me quedé en casa con mi hermano y una sobrina nuestra, de un año. Él tenía nueve años más que yo. Yo tenía nada más que diez.
  No recuerdo cuál fue la razón por la que nos quedamos solos, pero sí una gran discusión que terminó en terrible pelea. El departamento no era muy grande, ahí vivíamos con mis padres, mi otra hermana ya estaba casada y su hijita era la sobrina que yo cuidaba aquél día.
  Mi hermano, abusando de su fuerza y de su cuerpo --obviamente más grande que el mío-- comenzó a pegarme muy fuerte. Estaba en la cocina a punto de prepararle la comida a mi sobrina y sentí que cada vez tenía más cerca al gigante, que sus manos alcanzaban mi cuerpo, en forma de cachetadas y golpes muy fuertes con sus puños. Una y otra vez sentía el dolor. Bajé mi cara y con mis brazos cubrí a mi sobrina mientras sentía que cada vez eran más intensos los golpes. Una descarga, una ametralladora.
     Gritaba… Pedí  protección… Pero nadie acudió a mi llamada.            
     En un momento de descuido abrí la puerta y escapé con mi sobrina a cuestas, y por las escaleras de ese cuarto piso subí hasta el octavo comiéndome los escalones y llegué hasta donde vivía la encargada del edificio. Lloraba incansablemente y llena de miedo de que mi hermano fuera en mi búsqueda, pero por suerte me salvé.   
    Me sentía protegida en el hogar de los encargados del edificio, y ya más calmada escuché unas sirenas muy fuertes y pregunté qué era eso. La señora respondió que seguramente algún vecino al escuchar mis gritos había llamado a la Policía y --pensé-- venían por él.
     Yo guardé el secreto ya que era mi hermano.
     Pasaron los años y ese trance pasó a la historia pero nunca pude olvidar el mal momento.
     Cuando sucedió este episodio, yo sabía, porque me lo habían contado, que mi familia atravesaba un duelo. Otro hermano mío, un año menor que el que me pegó, falleció mientras jugaban juntos en el muelle de la vieja casona de Tigre. Vio como caía al agua una de sus zapatillas y patinó, resbalando al río. La corriente lo llevaba y la empleada que los cuidaba, en lugar de pedir auxilio, simplemente llamó por teléfono para avisar del accidente a mis padres. Apareció su cuerpito flotando luego de varios días cerca del puerto de frutos de la zona. Yo no había nacido aún.
     Claro que a los diez años no conecté ambos hechos. Ya en la adolescencia comprendí muchas cosas y entre ellas la agresión de mi hermano: comprendí su impotencia por haber vivido semejante accidente y por no poder hacer nada. Mantuvo esa violencia, esa agresividad, durante toda su vida, por no haber encontrado la ayuda necesaria para superar lo vivido.

Retrato familiar

Por María Silvina Prieto



  La duda me quema desde hace muchos años. Pero por una cuestión de respeto y madurez me atreví a formular la pregunta hace apenas mes y medio.
--Má, ¿quién fue tu mamá?   Supe desde siempre que mi mamá es hija adoptiva y por ese motivo me intriga saber quién habrá sido mi verdadero antepasado. Según lo que se contaba siempre en la familia, mi abuelo tuvo una aventura extramatrimonial con una señorita que luego de algún tiempo quedó embarazada.
  Dio a luz a mi mamá y después de estar internada unos cuarenta días falleció. Nunca supe cómo se llamaba; lo que sí me consta es que tenía el mismo factor sanguíneo que mi mamá, RH negativo, y que eso tuvo algo que ver con su deceso. Mi abuelo se hizo cargo de la beba y la llevó a vivir a su casa.
  Su esposa legítima hacía algún tiempo había quedado embarazada pero la beba había fallecido al mes, de muerte súbita. Imagino que no habrá sido nada fácil enterarse de una infidelidad, cargar con el duelo de su propia hija y, encima, tener que criar a una hija ilegítima. Corrían los años '40 y en esa época no se tenía la mentalidad abierta que existe en la actualidad. 
  Por un largo tiempo todos vivieron como si nada hubiera pasado y así la historia se fue acomodando a la familia. Mi madre creció sabiéndolo todo, pero le faltaba lo fundamental: el nombre de su madre. Ya más grande mamá se casó y al año nací yo.
  Mis abuelos maternos y mis padres y yo vivíamos en una casa alquilada en el barrio de Villa Urquiza. Era una casa grande que los fines de semana albergaba a las hermanas de mi abuelo y almorzábamos todos juntos como una gran familia. Después de comer las mujeres lavaban la vajilla y preparaban el café y los hombres se retiraban a conversar de fútbol y de boxeo.
  Recuerdo que cuando alguna de las tías hablaba del tema me mandaban a jugar a otro lado pero, con la picardía que tiene todo niño, yo escuchaba  detrás de la puerta. Así me fui enterando de algunos secretos familiares que sólo entendí cuando fui más grande.
  No sé si será común, pero el crecer con tantos secretos alrededor hace que la mente de cualquier adolescente tenga cierta confusión. Fue por eso que a la edad de 13 años empecé a pensar que yo también podía ser adoptada. Fabulé mucho tiempo con ese tema, pensando incluso que mis verdaderos padres eran extranjeros. De más está decir que mis dudas eran infundadas y que a mi madre no la cambiaría por nadie en este mundo.
  Además de todos los acontecimientos vividos, las relaciones familiares nunca fueron buenas, cosa que dificultó siempre cualquier tipo de averiguación sobre este tema en particular. El factor tiempo también nos jugó en contra, porque se dilató tanto la investigación que la mayoría de los parientes se llevaron el secreto a la tumba.
  Siento mucha impotencia de no poder brindarle a mi madre más información que la que tenemos. Existiendo en el mundo una herramienta como el ADN o poder recurrir a organismos de Derechos Humanos, en este caso es tarde y no sirven de nada.
  Mamá ya tiene 76 años y cada vez que la miro sigo viendo en sus ojos esa incógnita que nunca podrá develar.
  ¿Quién habrá sido su mamá? 

sábado, 1 de agosto de 2015

Lunes de julio

Por Ana Na


Es madrugada.
Silencio.
Insomnio.
Reloj 2 am.
Languidez.
Me levanto.
Sábanas tibias.
Voy a la heladera.
Tomo yogurt de frutilla.
Empiezan los ruidos de la calle.
Los autos,
Los colectivos.
Sigo despierta.
Miro el reloj.
Son las 6 am.
Me duermo otra vez.
Despierto.
Preparo mi café.
El aroma me embriaga.
Escucho pasos.
Mi hija …"buen día"
"feliz semana", digo.
Me ducho.
El agua me abraza.
Elijo mi ropa.
Se rompe la rutina.
Suena el teléfono.
Llegan mensajes.
Todo esta listo.
Bajo dos pisos por la escalera.
Salgo a la calle.
Gente que corre.
Nadie mira.
Llego a la esquina.
Pienso en mi día.
El taller me espera.
Intriga.
Lo voy a conocer.
La distancia es corta pero se alarga.
Llego y saludo.
Ya estamos preparando todo.
Santiago llega.
Lo conozco.
Lo escucho.
Y lo admiro.
Me inspira a seguir.

miércoles, 29 de abril de 2015

Vuelven las historias

El lunes retomamos el Taller de Introducción al Periodismo de la cooperativa ELBA. Luego de leer un texto del escritor Pablo Ramos, surgieron nuestras propias historias de verano. La consigna era contar algo que haya pasado durante este u otro verano o alguna anécdota ligada al mundo del trabajo, ya que se avecina el Día del Trabajador.


Dulce salida laboral
Por Gladys

  Año 2013. Sin saber bien qué hacer en cuanto al trabajo me dediqué a cuidar niños, de los cuales una tiene tres meses de edad y es maravillosa e inteligente. Los padres, dos huidos de la realidad terrenal, volando, siempre, entre la diosa blanca y la fantasía verde, igualmente los amo y respeto su decisión de llevar la vida. Hoy la niña tiene dos años y de verla todos los fines de semana me gané el más preciado título de ser su ABU. Realmente espero cada fin de semana para verla y escucharla, por ahora no tengo nietos y los deseo con cariño y amor para cuando lleguen a este planeta Tierra.
  Ahora sólo sueño con completar mi deseo de tener nietos, y saboreo el día y noche que me da la monona tomando mate a las ocho de la mañana del día sábado. Me despido de ella al mediodía, subo al colectivo montada en caballos alados, palabras y cuentos a media lengua, realmente feliz de que Dios me haya dado esta salida laboral tan dulce. Los padres también agradecidos de haberme encontrado. 
  A veces deseamos la paz y nos llega de diferentes maneras. La mía fue ésta.



Experiencia de verano 2014
Por Ana Na

  Después de muchos años de no tener vacaciones y salidas por otros lugares decidí ir a Córdoba, a Villa General Belgrano. La elección no fue aleatoria, allí estaba mi hija viviendo una experiencia y quise conocer el lugar, además de compartir mucho tiempo con ella.
  Fue hermoso disfrutar de ese panorama y con el pasar de los días me propuse trabajar allí y conocer más a fondo el lugar y la ideología de ese lugar lleno de historia. Lo recorrí casi todo ofreciendo mi experiencia en la búsqueda de un trabajo. Fueron días interminables de caminar hasta que en el último día llegó la oferta.
  Regresé a Buenos Aires esperando cumplir con la fecha de comienzo laboral. Por fin llegó el momento del regreso a la Villa y empezar un desafío en algo diferente a lo habitual. Estaba como responsable en la cocina de un restaurante de comida de Medio Oriente. ¡Qué linda experiencia!
  Compartí mi vida con gente que vivía allí y por sobre todo con turistas.
  Algunos muy graciosos y otros apurados para aprovechar su tiempo vacacional. Todos tomaban fotos del lugar con ambientación muy típica y tradicional, hasta tuve que prestarme a que me tomaran fotos a mí. Como tenía un cierto tiempo de descanso por las tardes, salía a caminar y lo extraño fue escuchar en diferentes lugares:
--Sí, ¡estoy aquí rodeado de nazis!
--¡Vine a la villa donde viven los nazis!
  Pero nunca vi que se haya hecho tal discriminación a la gente sino que por el contrario se cuidaba al turismo de cualquier lugar.
  Pero la historia sobrepesa sobre la gente y se autodiscrimina sin saber qué piensan los lugareños. A pesar de todo ese lugar lo elegiría como lugar de vida en contacto con la hermosa paz y naturaleza que lo identifican.
  ¡Quisiera volver e instalarme allí!

Perdida en la montaña
Por María Daniela Yaccar

  A los veintitantos me fui de mochilera con una amiga, al norte. Mis padres se oponían. Mi novio de aquél momento, también. No me importó: me fui. Ya estaba enamorada de ese paisaje, de la comida, de su gente. Del clima, de ese calor, que se manifiesta, para mí, en su gente. La gente del norte es cálida, la del sur es fría, pienso que los climas efectivamente influyen en las almas de las gentes.
   Fue uno de los viajes más hermosos de mi vida. Yo, veintidós años, la sensación de tener toda la vida por delante, y la sensación de libertad que producen, en el cuerpo y en la mente, los viajes en los que lo que más vale la pena es lo imprevisto. No hay itinerarios, no hay excursiones pagas, es la carpa, las estrellas, la irregularidad, las amistades de camping, el fogón, canciones populares, cenas comunitarias, no saber qué va a pasar mañana ni adónde vamos a ir. Decidir sobre la marcha. Pero hay cosas inesperadas de diferente grado.

  Inesperado es que se vuelen las bombachas que colgaste arriba de la carpa en un día de viento.

  Inesperado es, también, quedar perdido y atrapado entre montañas, un río y rocas.

  Promediando el viaje, nos metimos con mi amiga --y unos murgueros que habíamos conocido al principio-- en Los Colorados, un paisaje que se podía recorrer a través de un camino bastante dificultoso, de piedras y de montañas a escalar. Me llamó poderosamente la atención que antes de entrar nos pidieran el DNI. “Por si se pierden”, dijo alguien.
  Estaba la opción de meterse con guía o solos. Nos hicimos las valientes y respetamos la lógica que venía teniendo nuestro viaje. Nada de guías, nada predeterminado. Azar, casualidad, sensualidad de las cosas sin mediatización. Nos metimos solas, con nuestros compañeros de ruta.
  “Chicos, ¡vuelvan! Está empezando a oscurecer”, recuerdo que alguien advirtió en el complejo camino, que mi amiga recorrió en ojotas y yo en alpargatas. En el camino aparecían varias cascadas, a medida que avanzábamos los saltos eran más grandes. Decidimos empezar el retorno. Pero nos dimos cuenta de que estábamos perdidos. “¿No pasamos, ya, por acá?”

  Sí. Ya habíamos pasado.
  Sí. Oscureció.
  Sí, mi amiga en ojotas; yo en alpargatas.
  Sí, perdidos.
  Corríamos. Mi amiga se quedaba atrás, se alejaba, tropezaba, había salido la luna.
  Iluminábamos el sendero pedregoso con nuestros celulares.

  No, no teníamos linterna.
  No, comida tampoco.
  Tampoco abrigo. Short, musculosa, alpargatas.
  Frío, hambre, agotamiento.
  No sabíamos dónde cornos estaba la salida (o la entrada).
  Nos rendimos. Nos quedamos a dormir, entre comillas, ahí. Era preferible eso a caernos contra las piedras, porque no veíamos nada. Hicimos un fogón, conversamos a orillas del río. Estábamos con frío, hambre, incertidumbre. Cada vez que me quedaba dormida, las piernas se me caían arriba de las llamas. Pensé en mamá, en mi novio. Estarían preocupados.
  Tenía miedo de no salir más de ahí.

  Al otro día caminamos cuatro horas, sin fuerza, y encontramos la salida.
  Volví a la carpa como si volviera al útero materno. Me comí seis facturas y me hundí en el sueño más profundo, hasta que otra vez llegó la noche.


domingo, 1 de febrero de 2015

Guillermo Galvé: “El tango es denso y yo muy pasional”




Conoció a Troilo, a Goyeneche, entre otras figuras; y el género musical que eligió de por vida lo hizo recorrer el mundo. Galve está cumpliendo 40 años de trayectoria y en esta nota despliega anécdotas y reflexiones. Además, adelanta que está preparando un nuevo disco.  

 Por Ana Na
  La noche de Buenos Aires tiene cosas que nos identifican aquí y en el exterior. Los cines, los teatros, las calles, el Obelisco y por sobre todo la Avenida Corrientes donde nace el tradicional tango. Música nacional interpretada por muchos y algunos que ya no están. Pero todavía hay intérpretes que se destacan de la vieja guardia y hoy es el turno de sentar en el banquillo de los reporteados a Guillermo Galve, que tiene 40 años de trayectoria regalándonos tango con su voz pasional. Sus canciones le cantan al amor, a la vida, al barrio, adoquín y esquina, al farolito. También a las noches.
   La entrevista transcurrió en un clima muy familiar al que concurrió con su señora. Vestido de elegante sport, mantenía su espíritu gracioso de siempre haciendo bromas. Era su costumbre cuidar que su cabello no estuviera desordenado como así también dar atención a todos los detalles de su presencia. Previamente a las preguntas pidió pasar al baño: fue a peinarse y a mirarse en el espejo. Quiso ponerse más elegante para comenzar el cuestionario.
--Hola Guillermo, ¡después de tanto tiempo!
--Hola. “Hoy después de tanto tiempo…” (canta). Arrancamos con el tango-- dice, con voz grave.
--¿Cómo descubriste en vos la vocación del canto?
--
La respuesta no es fácil, parece simple pero no lo es. En mi familia nadie se dedicó al canto, sí mi vieja tocaba el piano. Después de cerrar la farmacia nos juntábamos a veces antes o después de comer y canturreábamos un poco con mi viejo. Tengo un hermano siete años mayor y a él sí le gustaba el tango, quizás lo imitaba a él. Yo cantaba, después llegó una edad en la que tomé conciencia de que tenía buena voz y entonación y ahí empecé a tomar clases. Pero en aquella época se escuchaba música melódica como el Trío Los Panchos, Rosamel Araya y otros en el estilo de boleros.
--Dijiste algo sobre una farmacia. ¿Qué actividad tenías anteriormente?
--
Dejé de estudiar porque era muy vago y reacio a tomar responsabilidades y trabajaba en la farmacia de mi papá haciendo y repartiendo pedidos, desde el sótano, con los cadetes. Atendía el mostrador y a los 13 aplicaba inyecciones intramusculares y ésa era mi actividad mientras cantaba. Hasta que tomé conciencia de que debía dedicarme a la música y buscarme un profesor.
--Decís que tuviste un maestro de canto. ¿Quién fue?
--El primero de mis maestros lo tuve a los 12 ó 13 años, atendía en Callao 11 donde estaban las salas de ensayo. Me lo recomendó Jorge Valdés, un cantor de tangos. Fuimos un grupo de cantantes y cantábamos en unas gradas en clases colectivas y todos eran mayores que yo. Luego fui evolucionando y cambiando. Mi maestro actual tiene 95 años y es Ricardo Catena.
--¿Por qué elegiste el tango?
--
Uno no elige… canta lo que se escucha, lo que está de moda, lo que se escuchaba en la radio como te dije antes Los Fernandos, Antonio Prieto y su famoso tema “La Novia”. Soy un tipo pasional, no podía cantar lo que cantaban mis amiguitos, que no tenía nada que ver con la historia que sucedía para mí. Las cosas nunca fueron livianas, siempre fueron densas. El tango es denso y tenía que ver con mi carácter.
--Característica del tango cantarle a la vida, al amor, a la esquina, a la calle Corrientes.
--¡Ah… la calle Corrientes! Sí. Parece que necesita una calle… un lugar donde ubicarse geográficamente.
--Ahora parece que el barrio de San Telmo es el punto de reunión.

--Verdad, pero tiene que ver más con el turismo que con los barrios coloniales.
--Estuviste con personalidades destacadas como el Sexteto Mayor, que no es poco,  y algunos más renombrados.
--¡Pero yo nunca me consideré una celebrity!
--¿Con quién más estuviste?
--Es muy difícil contarte en tan poco tiempo con quienes compartí, ya que en mis comienzos, por el año 1974, conocí al Polaco Goyeneche (y todavía no pisaba las tablas), ya que era amigo de su chofer, que lo llevaba y traía a todos lados. Este taxista era amigo del café donde parábamos nosotros, en Cabildo y Republiquetas. Un día me ofrece conocerlo al Polaco y yo estaba muerto por conocerlo. Había sacado el disco con Atilio Stampone y anteriormente otro cuando se había separado de Troilo, siendo ya solista. Lo conocí… íbamos al Caño 14 y allí conocí también a Troilo y me saqué fotos con el gordo. Es una cosa fantástica. En Michelángelo, donde yo era intérprete, presenté una vez al actor americano Charlton Heston, a pedido del director artístico. Hacía el cierre del espectáculo y sin otra posibilidad lo presenté oficiando de locutor, me senté y lo dejé hablar y él hablaba en inglés obviamente. Me quedé en un costado ya que el habló pocas palabras en castellano y tuve que traducir al público.
--¿Pensás que el tango tiene vigencia por el turismo extranjero?
--Tengo bien claro qué pasó con el tango desde la época que te referí, pero mi punto de vista no es la verdad absoluta ya que tengo mi forma de ver las cosas.
--Has llevado el tango al exterior a muchos países¿Por dónde estuviste?
--¡El tango me llevo a mí al exterior! (risas) Empecé a viajar cantando oficialmente en el año ’81. Bastante de cabotaje fui a Bolivia como cantor de Horacio Salgán, un prócer de los músicos, de los más modernos, y en el ‘82 me convocan de la única tanguería de París, adonde iban solamente los exigentes, inaugurada por el Sexteto Mayor, con actuaciones de una hora u hora y media. Allí fueron también Osvaldo Piro, Salgán, Susana Rinaldi, que fue una de las dueñas. Era un lugar muy particular que habían puesto un grupo de más de 25 artistas exiliados que vivía allá como Leopoldo Presas, Pérez Celis y otros que se juntaban a jugar a la pelota y un día dijeron “¿por qué no poner una tanguería?” La ubicaron en un lugar espectacular de París donde estaban todos los teatros, en Saint Denisse, muy de prostitutas.
--¿Tenés temas propios?
--Sí, pero no los interpreto. No me dediqué a ser autor, no tengo mucho talento para eso… (dice con pudor)
--¿Hacés algo para que tu música, nuestra música, perdure?
--En principio me enojo mucho cuando hacen cosas para que no perdure. Me enoja (enfatiza), pero por otro lado estoy dando clases y enseñando en un instituto donde hay un muchacho que canta muy bien y además es un gran maestro que tiene su instituto en Caseros, Hugo Araujo. Me convocó para algo especial ya que no practico ningún instrumento y lo que yo hago es la interpretación sobre el fraseo del tango, acentuación y algunas cosas del movimiento escénico que aprendí en China y otros países, con el Sexteto Mayor. Eso hace que uno aprenda en el escenario.
--¿Tenés alguna anécdota graciosa que te haya ocurrido durante una actuación?
--La verdad es que tengo un reflejo bárbaro y energía para salir de esos momentos de situaciones extremas. No sé por qué… tal vez la farmacia, el hecho de manejarme con el público. Pero de ahora no recuerdo muchas cosas graciosas. Lo que te puedo decir es que tengo dominio. Cuando trabajábamos con el Sexteto Mayor que no era un sexteto en sí sino un octeto, había dos músicos más y siete parejas de baile, un equipo muy importante. De hecho, cuando debuté en el Empire Theatre en Picadilly Circus de Londres, que es el lugar donde están todos los espectáculos como si dijera aquí en otros tiempos los cines de la calle Lavalle: allí competíamos con Rents, Los Miserables, Mamma Mia y nosotros formábamos parte con nuestro equipo de Tango Pasión.
--¿Qué pasa cuando estás en países de otra lengua y cantás en español? ¿Cómo llegás al público?
--Depende del público.
--¿El público está compuesto por argentinos que viven en el exterior?
--No… es que el circuito musical que hay en Londres es como el de París. Como esto es un espectáculo musical basado en la danza y la música, la orquesta y los bailarines, el canto forma parte del espectáculo como cuando viene algún artista aquí y canta en otro idioma. La gente va a ver un espectáculo. Lo hizo Gardel en los años ’30: fue a Barcelona, Madrid o París y allí se transformó en una figura internacional. En ese momento yo era un cantor como si ahora vas al Café de los Angelitos o al Viejo Almacén y la gente no va a ver un cantante, va a ver un espectáculo de tango. Debido a eso vos podés cantar las notas y ser un cantante de orquesta como muchos pero yo no me permito eso ya que tengo demasiada personalidad y soy muy pasional. Tengo demasiado orgullo además de amar mucho mi profesión. Por eso mucha gente me tilda de demasiado enfático e histriónico, porque marco mucho las intenciones y la historia, para no hacer una barrera con el idioma, con la cara, con los ademanes, con mi cuerpo, mi voz… con la “Última Curda” me emborracho y le pongo el sentimiento y la parte actoral. Por esa razón elegí el tango, soy apasionado y no puedo dejar que las letras pasen por al lado y lo demuestro. Por eso siento que no soy un cantor más y siempre me la jugué. Exageré tal vez un poco en Europa gesticulando la interpretación para que la gente se diera cuenta y el idioma no sea una barrera, entonces con mis gestos, con mi postura, con el manejo de mi cuerpo y mi trabajo actoral, aunque no lo soy, así conseguía lo que los músicos al ejecutar sus instrumentos.
--Porque en los tangos de la vieja época hay mucho lunfardo también
--Sí, pero no importa. Si vos interpretas y decís “mina”, depende de cómo lo digas van a entender en todos lados. (Canta nuevamente) “Mina que fue en otros tiempos”. El que te quiere entender te va a entender porque después vienen otras frases. De todos modos uno va a cantar aquellos temas conocidos y no pude estrenar temas en Europa. Si aquí con temas nuevos no me dan “bola”… imaginate. Grabé en el ‘79 un disco que de diez temas nueve eran nuevos y todos me decían que era un kamikaze  y no me dieron ni medio de bola... Cantor nuevo, con temas nuevos: no te van a dar pelota.
--¿Dónde y cuándo debutaste en el escenario cantando profesionalmente?
--Debuté con orquesta y público en Mar del Plata a los 14 años, en el Hotel Riviera. Creo que ahora es de un sindicato. Fue con una orquesta de allá, porque estaba viviendo ahí, ya que mi viejo compro el Hotel Los Troncos y nosotros nos fuimos a vivir allí. Entonces para entretenerme me ofrecieron ir a cantar. Probé, canté tuve la oportunidad y así empecé a cantar y fue mi debut.
--¿Y después participaste de algún concurso?
--No. Nunca quise hacerlo.  Porque una vez cuando era chico cuando volvía de un camarín estaban vendiendo los votos.




--¿Tenés hijos?
--Sí, dos varoncitos. A los dos les gusta mucho la música, son muy musicales. Hay uno que tiene un oído tísico, que es Sebastián, pero no canta. El otro Christian, el mayor, ahora tiene 43 años. El cantó, era un fanático del Sandro cantautor, le gusta componer y tiene unas canciones muy lindas. Se fue a vivir a Los Ángeles para grabar un disco allá. No se le dio pero sigue viviendo allá. Se casó, tengo dos nietas de su matrimonio. Ahora conoció a alguien por parte de la mujer que está en la producción de películas de Hollywood y ya le dieron dos temas para películas mexicanas, que se estrenan allá. A lo mejor comienza a esta edad y sigue cantando y componiendo bien. Aprendió a grabar con la computadora. Canta pop, música que aquí sería de la década de los ‘70 y ‘80.
--¿Creés que el tango en la Argentina se está perdiendo?
--Se está perdiendo un cantor como yo… ¡no me dan bola!
--¿Sos de los que quedan de la época de la flor del tango?
--Sí, tuve la suerte como mis compañeros de compartir con esos monstruos del tango, cantores grandes que trabajaban con nosotros en el programa Grandes valores del tango conducido por Silvio Soldán. Éramos jóvenes mezclados con los que ya habían hecho su carrera, como Alberto Marino, Jorge Sobral, Edmundo Rivero, Goyeneche, Mario Bustos, Jorge Valdez, Floreal Ruiz. En aquél momento, el programa se llamaba Grandes valores de hoy y de siempre. Estábamos todos y yo tuve la suerte de compartir ese escenario con tipos que habían sido mis referentes.
--Contame una anécdota graciosa.
--Resulta que en el teatro se estila que en el cierre de las temporadas se hacen jodas. Jodas pesadas, como clavarles los decorados para que no puedan salir del escenario, serruchar sillas… se hacen ese tipo de cosas y hay que salir de eso. En una temporada terminaba cantando “Balada para un loco” y una de las bailarinas que hacía de mi pareja en ese momento estaba sentada en una silla con su cabeza entre sus brazos y yo venía de la otra punta con un smoking, una chalina y un sombrero y hacía de loco y me acercaba a ella. Era todo penumbras, y le daba una luz y ella levantaba la cara y me miraba. Entonces la miro, tenía un diente pintado de negro, cosas puestas en los ojos, era un desastre, como para que cuando la mire me mate de risas y los bailarines esperaban que yo no pudiera seguir cantando y yo le dije “hola como estas?” y no me pasó nada es como que venía preparado para todo… una frustración para ellos terrible, porque habían preparado una joda distinta ¿viste? Los bailarines aparecían por otro lado y hacían jodas entre ellos, entraban por un lado y salían por el otro… en fin… eso… y otras que son difíciles de contar, que hemos tenido con El Polaco, con Jorge Marino, detrás de camarines, con Valdez, con Alfredo Beluzzi. Hemos compartido temporadas. La verdad es que son 40 años de los cuales casi 30 estuve con esas figuras. Cabe destacar que yo soy muy de joder, no con bromas pesadas pero bromear, y casi siempre estoy de muy buen humor cuando voy a trabajar porque me gusta lo que hago.
--¿Qué se siente?
--(Interrumpe  cantando) “Dime amor lo que se siente”.
--Continúo mi pregunta: ¿Qué se siente después de 40 años de trayectoria con éxito?
--(Risas) Bueno… No sé si con éxito. Lo que se siente es que uno deja de pelearse con las cosas sobre todo en este laburo tan competitivo que si uno llega parece que el otro no… el cantor de tango es un poco un solitario, un lobo estepario. Entonces lo que siento cuando puedo reflexionar, al estar tranquilo, ya que no tengo tanto laburo como antes, ni tanta repercusión como antes ya que estuve casi ocho o diez años fuera del circuito… la gente un poco se olvida… no hay difusión del tango porque realmente no la hay, ni radios como había antes. En los ‘80 y ‘80 y pico era toda la mañana de AM y era todo tango. Larrea, Silvio Soldán, Carrizo… todos estaban a la mañana con nuestra música. Incluso cuando estuve en París, Fernando Bravo me hizo una nota desde aquí en Radio Rivadavia en un programa de la tarde y eso que él no es tanguero y sin embargo me llamó al Tortois para hacerme una nota. En ese momento esa radio era la número uno y no había con qué darle.
--Entonces, ¿pensás que hay que hacer mucha publicidad para hacer una convocatoria a un recital?
--Hay que invertir mucho. Morir no se va a morir el tango, olvídense, los que piensan que va a morir antes morirán ellos. Tiene subidas y bajadas. Como los países.
--Me daría mucha tristeza que muera el tango. Es la música que nos representa en el mundo.
--El tango nunca muere, decía un periodista, el tango tiene mareas bajas y ésta quizás lo sea. Hay que poner mucha publicidad en afiches, en los medios, y que te repitan y repitan hasta que la gente va.
--¿Te gusta Cacho Castaña?
--No (dice con seguridad).
--¿Interpretas algo de él?
--¡No! No está en mi repertorio para nada.
--¿Qué haces en tus tiempos libres?
--Leo, miro televisión, escucho radio.
--¿Qué tipo de lectura te gusta?
--En general me gusta mucho la lectura, desde chico; lo que más me atrapó en un momento de mi vida fue la filosofía. En mis giras llevaba un libro que era Introducción a la filosofía, para estudiantes, de Carpio. Lo leía y releía permanentemente cuando me quedaba en el camarín una hora y pico esperando que me tocara cantar y me sacaba las mufas. Realmente me distraía y me ayudó mucho en la agilidad del pensamiento.
--Hay una pregunta que no me respondiste: ¿qué se siente haber cumplido los 40 años de trayectoria?
--Se siente una satisfacción muy grande. Que después de 40 años de hacer lo mismo, de alguna manera, algunos como vos quieran hacerme una nota. Pareciera que no fue todo al pedo, todo esto que recorrí en estos 40 años. Parece que tan mal no lo hice, todavía es una satisfacción que se acuerden de mí, porque a veces después de tantos años es difícil que la gente te reclame o te recuerde. Tenés que haber hecho las cosas bien. El festejo de estos 40 años se le ocurrió a mi maestro Marcelo Araujo que a su vez me respeta y me quiere mucho. Elegimos el 31 de octubre como fecha caprichosa, en el medio vamos a hacer voy a hacer todo lo que pueda… muchos reportajes… voy a grabar un disco o dos ya que hace 20 años que no grabo. Ahora voy a grabar uno con guitarra para llevármelo a Los Ángeles y allí me iré el 3 de febrero que estarán mis hijos. Además nacerá una nieta más y actuaré en un teatro muy importante que se llama Celebrity Gold de Hollywood el 21 de febrero.
--Sé que no se dice éxitos, pero los mejores augurios te deseo.
--Yo acepto la palabra “éxito”, no hace falta que sea todo mierda… (risas). Sé que me va a ir bien porque no es un lugar nuevo, ya estuve en el ‘83.
--Y te espera el advenimiento de un integrante más en la familia, una hermosa nena seguro.
--Sí, Sara. Y este disco lo voy a hacer rapidito. Lo estoy ensayando, es la primera vez que voy a grabar un disco con guitarra solamente, en lugar de “Guillermo canta” va a ser “Guillermo cuenta” una cosa muy íntima. Y no te lo vas a perder.