martes, 20 de octubre de 2015

Retrato familiar

Por María Silvina Prieto



  La duda me quema desde hace muchos años. Pero por una cuestión de respeto y madurez me atreví a formular la pregunta hace apenas mes y medio.
--Má, ¿quién fue tu mamá?   Supe desde siempre que mi mamá es hija adoptiva y por ese motivo me intriga saber quién habrá sido mi verdadero antepasado. Según lo que se contaba siempre en la familia, mi abuelo tuvo una aventura extramatrimonial con una señorita que luego de algún tiempo quedó embarazada.
  Dio a luz a mi mamá y después de estar internada unos cuarenta días falleció. Nunca supe cómo se llamaba; lo que sí me consta es que tenía el mismo factor sanguíneo que mi mamá, RH negativo, y que eso tuvo algo que ver con su deceso. Mi abuelo se hizo cargo de la beba y la llevó a vivir a su casa.
  Su esposa legítima hacía algún tiempo había quedado embarazada pero la beba había fallecido al mes, de muerte súbita. Imagino que no habrá sido nada fácil enterarse de una infidelidad, cargar con el duelo de su propia hija y, encima, tener que criar a una hija ilegítima. Corrían los años '40 y en esa época no se tenía la mentalidad abierta que existe en la actualidad. 
  Por un largo tiempo todos vivieron como si nada hubiera pasado y así la historia se fue acomodando a la familia. Mi madre creció sabiéndolo todo, pero le faltaba lo fundamental: el nombre de su madre. Ya más grande mamá se casó y al año nací yo.
  Mis abuelos maternos y mis padres y yo vivíamos en una casa alquilada en el barrio de Villa Urquiza. Era una casa grande que los fines de semana albergaba a las hermanas de mi abuelo y almorzábamos todos juntos como una gran familia. Después de comer las mujeres lavaban la vajilla y preparaban el café y los hombres se retiraban a conversar de fútbol y de boxeo.
  Recuerdo que cuando alguna de las tías hablaba del tema me mandaban a jugar a otro lado pero, con la picardía que tiene todo niño, yo escuchaba  detrás de la puerta. Así me fui enterando de algunos secretos familiares que sólo entendí cuando fui más grande.
  No sé si será común, pero el crecer con tantos secretos alrededor hace que la mente de cualquier adolescente tenga cierta confusión. Fue por eso que a la edad de 13 años empecé a pensar que yo también podía ser adoptada. Fabulé mucho tiempo con ese tema, pensando incluso que mis verdaderos padres eran extranjeros. De más está decir que mis dudas eran infundadas y que a mi madre no la cambiaría por nadie en este mundo.
  Además de todos los acontecimientos vividos, las relaciones familiares nunca fueron buenas, cosa que dificultó siempre cualquier tipo de averiguación sobre este tema en particular. El factor tiempo también nos jugó en contra, porque se dilató tanto la investigación que la mayoría de los parientes se llevaron el secreto a la tumba.
  Siento mucha impotencia de no poder brindarle a mi madre más información que la que tenemos. Existiendo en el mundo una herramienta como el ADN o poder recurrir a organismos de Derechos Humanos, en este caso es tarde y no sirven de nada.
  Mamá ya tiene 76 años y cada vez que la miro sigo viendo en sus ojos esa incógnita que nunca podrá develar.
  ¿Quién habrá sido su mamá? 

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