martes, 22 de marzo de 2016

El duende

Por Gladys

  Me retrotrae la historia a mis nueve años, casi vacaciones escolares, al salir de la siesta para los que están en sus casas y la gente que trabaja en el campo. Vuelve a su hogar cambiado y aseado cada cual, hacía lo que más le gustaba, afilar cuchillos mi abuelo, hacer tortas dulces (hoy bizcochuelo) para tomar con mate, y yo me sentaba bajo una tola que se encontraba en el patio, que en noviembre está con todos sus frutos, pepitas amarillas, para mí deliciosas.
  Me quedaba extendiendo mi visión y ver lo bello del paisaje, árboles de todos los colores, celestes, rosados, bordó, amarillo, y el extenso maizal del cual asomaba mi amigo el duende verde, a veces brillaba como pelotita de árbol de Navidad, a veces musgoso. Mi corazón palpitaba de emoción. Era de ojos grandes, pequeñas orejas, manos de suave terciopelo, ágiles, de tamaño normal; sus piernas, como hechas de lanas. Su estatura era de 1,65, era bello y silencioso, nos entendíamos con la mirada, corríamos por todo el campo, detrás de mariposas, hasta llegar a las barrancas del río, hacíamos pan de barro, con decorados pétalos de flores, si sentíamos que el río traía creciente de agua volvíamos a casa. Mi paseo duraba 45 minutos a una hora. Todo esto en primavera y verano a veces sucedía. Ahora recuerdo con mucha alegría mis escapadas por el campo con el duende verde.
  El tiempo nos distanció, las obligaciones de tener una vida digna, estudios, pero, siempre te encuentro y existes en esta ciudad tan cultural, entre libros y cuentos, músicos y música en los parques, un buen amigo fuiste tú, que me da mucha felicidad.

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