Por Ana Na
Haciendo un recorrido en mi memoria recuerdo muchas cosas de la época en que tenía entre tres y cuatro años, tal vez no me pasa lo mismo con unos años más.
Haciendo un recorrido en mi memoria recuerdo muchas cosas de la época en que tenía entre tres y cuatro años, tal vez no me pasa lo mismo con unos años más.
Tuve dos hermanos muy mayores y vivíamos
con mis padres en una casa muy linda donde a través de las ventanas se podía apreciar un
hermoso parque lleno de flores. Al lado de nuestro departamento vivía una
señora muy dulce y cariñosa de origen español, viuda y con un solo hijo un poco
mayor que mis hermanos, pero no mucho. Ella tenía un especial cariño por mi
hermana, diez años mayor que yo.
En algún tiempo esta señora llamada Maruja
fue de viaje a su país y le trajo a mi hermana una hermosa y novedosa muñeca
que jamás había visto antes. De verdad que era muy linda… de porcelana, con
cabellos casi naturales, de casi mi altura, abría y cerraba sus ojos además de
caminar y mover su cabeza hacia un lado y al otro diciendo "papá", "mamá".
¡Una maravilla de muñeca! Por supuesto
que mi hermana la adoraba hasta el punto de llevársela a su cama para dormir
con ella.
Los tres hermanos dormíamos en el mismo
cuarto y mi hermano era muy travieso y peleaba bastante con mi hermana mayor.
Cierto día estábamos en el cuarto ya listos para dormir por la noche, entre juegos y risas. En un momento mi hermano
me dijo:
-Ana, ¿a ver si sos capaz de tirar la muñeca al piso?
Lo miré tratando de descubrir si esa
pregunta era una buena idea. Miré a uno y a otro como buscando la respuesta. Al ver que se produjo un profundo silencio
respondí a la propuesta y finalmente la tiré al suelo, haciendo pedazos la
muñeca.
Mientras, sólo se escuchaba que decía "papá", "mamá".
Mientras, sólo se escuchaba que decía "papá", "mamá".
Mi hermana no reaccionó creyendo que no se
rompería, hasta que se levantó de su cama y vio los pedazos de la carita de su
juguete preferido.
Los gritos y llantos de ella fueron
brutales y me sacudió, pero se dio cuenta de que no fue mi culpa sino que
la responsable de la tragedia fue la perversa mente de mi hermano. Yo no entendía
nada en mi corta edad y salí corriendo en busca de mis padres, mientras ella no
paraba de llorar por la pérdida.
Entre gritos, llantos y reclamos de mis
padres, además del castigo a mi hermano, quedé
dormida.
Sólo recuerdo que mis hermanos estuvieron
mucho tiempo sin hablarse y yo no podía calmar mi culpa de haber roto tan bonita muñeca. Aún al día de hoy, cierro mis ojos y la
recuerdo, como también aquél momento vivido hace tantos y tantos años, que siento que fue ayer.
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