domingo, 15 de junio de 2014

Hasta que llegó el oxígeno


Por Ana Na

  Durante un tiempo en mi vida sentí el atropello de muros que ciertamente no lo eran, sino sólo castraciones de la herencia. Hasta que un día, inesperadamente, me tocó vivir la experiencia. Fue un atropello. Yo trabajaba como habitualmente lo hacía y de pronto irrumpieron en mi tarea cotidiana unos hombres diciendo “esto es un ALLANAMIENTO”, y en ese momento corrió por mis venas el frío temblor de mármoles que transitaban mi cuerpo. El miedo, el suspenso, la incertidumbre fueron mi pánico.
   Desacomodaron todo. Ya las cosas no tenían su lugar, y suspendida en el espacio me preguntaba “¿qué pasará después?”
   Pasadas unas cuantas horas con unas pulseras que ataban mis manos la impotencia se apoderó de mí.
   Atravesé la puerta atropellada por esa gente, choqué con más gente, micrófonos, cables, hasta llegar al móvil que finalmente me llevó a ¿no sé dónde?
   Una vez allí me sentí limitada y comencé a sentir los muros que me separaban del mundo en que había vivido. A medida que pasaba el tiempo esos MUROS iban creciendo y eran los que me alejaban de mis afectos, mis pertenencias, mis ideales, mi música, mis hobbies y mis pasiones. Realmente allí conocí el muro que me separaba de todo. Perdí la sensibilidad tratando de derribarlo, pero por más lucha que ofrecí ellos iban aumentando y me di cuenta de que sola no podía… Se posesionaron tanto de mi persona que me sentí una autómata en el universo.
   “Eso”, “esa sensación” permaneció durante casi cinco años. Hasta que por fin llegó el día… el día del oxígeno… aire puro y sin barreras, despertar de esa pesadilla y volver a mi verdadera sensación de vivir. Ya sin muros. 


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